viernes, octubre 21, 2011

En verso no cabe este sentimiento

Hay placeres en esta vida que lo dejan a uno paseado: visitar lugares recónditos, ciudades antiguas, calles extranjeras, monumentos históricos, Europa o la India, quizá Egipto. Y gozas de las maravillas de lugares míticos, te cultivas un poco y pruebas elixir ajeno.
Hay placeres mundanos que lo dejan a uno, en apariencia, saciado: Un buen vino (o dos), una comida deliciosa, una noche de juerga, mujeres a granel, noches de fuga con amores intensos con fecha de caducidad próxima. Placeres fugaces que excitan por momentos.
Hay placeres extremos con tintes de libertinaje: alcanzar puestos importantes, escalar en sociedad, vivir engañando para conseguir lo superfluo, mansiones, autos del año, yates, mujeres a granel, "menage a troi", orgías a granel, poder, dinero. Placeres banales que engañan a cualquiera.
Pero hay placeres, vida mía, pequeños, ínfimos, de esos que duran toda la vida: mirar un atardecer, respirar hondo el aroma de la tierra justo cuando la tormenta cesa, sentir la lluvia sobre tu rostro, despertar con el sonido de las aves cantando, un abrazo, un beso bienintencionado, una mirada, una sonrisa, una risa provocada. Placeres cotidianos, que han perdido importancia en el mundo "civilizado".
¡Y cielo mío! te confieso haber probado muchos placeres: he viajado a lugares recónditos, donde la belleza del paisaje te pone en duda si uno murió y se encuentra en el paraíso; Tomado un buen vino con una comida exquisita; éxito en lo que con ahínco y dedicación emprendo. Mas, amor mío, te confieso, que los placares más   sencillos son los que de amor y alegría me han llenado; y te confío, aquí en secreto y al oído, los más hermosos y sublimes que he encontrado en ti: pues no he encontrado, amada mía, un amanecer tan prometedor como el de tu sonrisa, ni un universo repleto de estrellas tan sublime como el que encierran tus ojos, ni una playa con arenas tan suaves como tu piel, ni un océano tan basto como la dulzura de tus manos, ni un aroma a tierra mojada tan cautivador como tu aroma, ni una lluvia tan reconfortante y refrescante como un beso tuyo.
Y ante Dios como testigo te aseguro, luz de mi vida, que si amarte fuera pecado con gusto aceptaría una condena en el infierno, por pasar unos instantes a tu lado; y si mirarte fuera delito, culpable me confieso de buscar cualquier pretexto para observar, aunque sea por un instante, tu ser angelical. Porque has de saber, sol de mis días, que hay placeres que valen la vida de este humilde ciervo, y tú eres el más grande de ellos, y para poder expresarlo no cabe en verso este sentimiento, por eso acudo a la prosa para contarte mi secreto.


Plata.


Para M... mi placer eres tú, mis anhelos eres tú.

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