aquí los lugareños duermen en complejos telares que evocan la tranquilidad de tus brazos.
Me parecen años estos días lejos de ti, y hasta la naturaleza se divierte con mi mente,
exhausta de esta soledad que me aqueja por tu partir.
A saber que no estoy loco, son las nubes que me juegan una broma pesada
cuando dibujan tu rostro por breves instantes en el cielo, para luego evaporar mi esperanza;
aquí los lugareños aciertan sus miradas al suspiro despojado de entre las figuras del mar
que me dibujan tu cuerpo para atraerme a su profundidad.
Los insectos por aquí resultan salvajes y peligrosos; los animales, aunque hermosos,
se comportan indiferentes a mis pesares, sólo me observan dibujarte entre las sombras
de esta selva repleta de hermosura que se me antoja vacía ante tu ausencia.
A saber pues, que la brisa de estas tierras bañadas en mar engañan mis sentidos
trayendo a ratos el ligero aroma de tu ser;
y la arena, desdeñosa y embustera, trata de confundirse con lo suave de tu piel;
que las conchas de estas playas me recuerdan tu sonrisa cuando reflejan el amanecer
y a todas horas, con toda prisa, estas tierras tan hermosas
sólo juegan con mi mente para hacerme enloquecer.
A saber que te extraño, como un marino extraña a su mujer.
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