En Soléfiro, pequeño condado de Partita con apenas mil novecientos ochenta y tres habitantes, hace ya tiempo tenían como costumbre y uso frecuente las serenatas. Casi para cualquier ocasión acudían a este acto -para ellos solemne- donde, con una serie de protocolos imprescindibles, llevaban a buen fin las celebraciones más importantes de sus vidas como: nacimientos, cumpleaños, compromisos, firmas de contratos, días de la madre, del padre, del niño, navidad, incluso los escribas de aquel pueblo mágico tienen registros de uno que otro niño prodigio, el cual a sus dos años ya buscaban en las esquinas de la Alameda algún mariachi para llevar gallo a su tía por haber aparecido de la nada cuando la tía jugaba a "On ta bebé". Los Soléfiros además, por un extraño efecto climático, sólo podían enamorarse perdidamente una vez en su vida, y esa mujer sería a la que le dedicaran sus cantos; este fenómeno generó aún mayor arraigo en la cultura popular de "dar gallo", y con el tiempo fue tomando formalismos específicos para el casi ceremonial amoroso, incomprensibles a la vista de los turistas que llegaban a la ciudad. Por ejemplo, antes de proceder a la serenata el enamorado debía vestir sus mejores harapos, congregar a sus amigos de confianza sin revelarles el motivo de la junta, colocar una serie de bebidas aguardientosas y fermentados que compartía con solícita alegría; una vez a tono les revelaba sus intenciones, procedían a un regocijo y escándalo semejante a las guerras de cuartilla, procedían a hacerse de músicos, parábanse frente a la ventana que recibiría las melodías y comenzaban a entonar con idilio y soltura -aunque nada entonados- las estrofas y los cánticos hasta que la musa en cuestión, balde de agua en mano, salía a apreciar el tumulto; la susodicha, presta a entablar una danza con la cubeta en dirección al tumulto, analizaba primero quién era aquel caballero que la pretendía con prístina lujuria y, si se daba el caso de aceptación, ensalzaba a aquel buen mozo con un certero cubetazo de agua. De no haber sido agraciado con el rocío de su amor el agua debía verterse en la coladera más cercana, en claro simbolismo dando preferencia a las ratas de la cloaca que al "hombresillo ese que se cree de fina estampa para pretender". Era de conocimiento común que el Solefitense sólo vería su amor bien correspondido en sus tierras, ya que estos singulares pobladores cuentan con modos y formas de ser propios de su tierra que, sin embargo, en suelo ajeno resultaban intolerantes o indignos de amar.
Había una gran variedad de conjuntos, Mariachis, Tríos, Cuartetos de cuerdas, Sinfónicas de Cámara, conjuntos de Trompetas; y las serenatas las habían de todo tipo: Rancheras, Norteñas, Fara Fara, Operetas, Clásicas, Boleros, Tangos, Milongas, Sonatas, incluso un poeta se hizo famoso tiempo atrás por haberse dedicado a dar serenatas recitadas: Don Incluso Buendía, prolífero poeta, dramaturgo y bohemio que durante muchos años se posaba en el pórtico de la susodicha, y procedía a recitar fervientemente sus prosas y sus versos en pos a aquella dama; Don Incluso prometía ser una figura nacional no sólo por su portentosa calidad y su maravillosa dicción, sino por su exuberante vestimenta y su capacidad de tener siempre la palabra precisa para acertar, hasta que un día un camión repartidor de leche no observó que Don Incluso, de regreso de otra exitosa noche de prosas bien entonadas afuera de su enamorada, tambaleaba gracias a las bebidas espirituosas que tuvo a bien ingerir después del éxito rotundo de la noche, por lo que terminó de frente al camión, recitando un poema que nunca alcanzó el papel.
Debido a este auge que floreció por aquellas épocas, la profesión primordial en esta localidad era la de músico debido a la enorme demanda que esta noble profesión presentaba; cada vez más Solefitenses aprendían a tocar algún instrumento, por lo que los músicos, además de practicar su oficio, comenzaron a ocuparse de maestros, esto generó más demanda ya que el dar clases les absorbía mucho tiempo, efecto social que culminó con la fundación de la Honorable Universidad de Música Contemporanea, en donde no sólo se contemplaban las clases para aprender a dominar más de 20 instrumentos distintos, sino que también les iniciaban en las artes de elegir un correcto repertorio dependiendo de la ocasión en la que sus servicios serían requeridos una vez graduados.
Durante poco más de una década la demanda de músicos en el condado fue aprovechada y el pueblo creció en prosperidad, pero después de haberse graduado la décimo segunda generación de la Universidad, los músicos comenzaban a proliferar más de lo que parecían ser requeridos. Esto no preocupó a la Alcaldía ya que concluyeron -de manera absurda- que el efecto se debía a que los miembros de un mariachi, trío o agrupación musical cuando necesitaban dar una serenata en lugar de contratar a otra agrupación lo hacían como favor personal. Ante esta inocua idea el Alcalde proclamó la ley anti favores, la cual determinaba que bajo ninguna circunstancia el músico podía ocupar su propia agrupación para eventos personales, incluso si se ofreciera a pagar el servicio esta práctica quedaba prohibida. Y así el negocio comenzó a fluir ligeramente mejor, pero no por mucho.
Dos años antes, la nación entera había atravesado por una crisis financiera, mermando directamente en los negocios pequeños. En Soléfiro también se sintió esta crisis, la cual no pegó tanto debido a que la profesión predominante era la de músico y estos continuaban siendo requeridos en portentosas cantidades. Sin embargo, esto generó que muchos profesionistas y dueños de negocios se vieran obligados a buscar alternativas en el ámbito de la bohemia subcontratada. Don Pepe, boticario durante 25 años, tuvo que emplear a su esposa para atender su pequeña botica que iba decayendo, y de ese modo tener las tardes libres para, con su bandoleón, ofrecer sus servicios para serenatas estilo Italiano. Doña Josefina, recién enviudada, con dos hijos y con una tiendita de regalos y souvenirs que estaba apunto de quebrar, optó por ofrecer profundas melodías de operetas y sinfonías con su ya no tan melodiosa voz. Incluso el Señor Martín Cásares, primogénito y único heredero de la fortuna Cásares, se vio en problemas cuando el negocio familiar, una tienda de autos, motos y bicicletas, comenzó a decaer tras la crisis, orillado entonces a tocar ritmos reggae en su improvisada batería, echa de rines de automóbiles y pedacería de motocicletas.
Pasaron cuatro años más y cada vez la profesión de músico tenía menos demanda y más oferta, lo que generó que muchos músicos comenzaran a bajar sus precios, cosa que molestó al Gremio Musical de Melodías Bien Entonadas del Sinfónico Pueblo de Soléfiro. Pronto comenzó a hacerse un disgusto general que fue invadiendo las calles y los recovecos del pueblo. El descontento fue tanto que se convocó a una asamblea general para que todo el pueblo encontrara la solución. El debate duró días, hasta que el Doctor González, erudito del pueblo y la persona de mayor edad con 93 años alzó la voz y dijo: "Yo no entiendo tanto alboroto, en mis tiempos cada quien nos dedicábamos a algo distinto, de ese modo no había competencia y siempre había demanda, el músico del pueblo era Don Timoteo y sólo él era el autorizado para ejercer esa profesión"... tras un silencio sepulcral los quinientos cuarenta y siete músicos del Gremio, coreados por los cuatrocientos quince maestros y estudiantes de la Universidad comenzaron a gritar descontentos. El baruyo fue tan azotador que el alcalde tuvo que suspender la sesión ese día.
Llegaron al día siguiente a la asamblea todo el pueblo y, para sorpresa de muchos, una noche antes el alcalde, ya cansado por tanto alegar sin llegar a una óptima conclusión, enarboló la que a partir de ese día la ley vigente en el pueblo: un complejo tratado que le llevó toda la noche redactar meticulosamente de modo que todos -o casi todos, quedaran sino satisfechos por lo menos provistos de un modo seguro de subsistir. La nueva ley consistía en tres apartados: El primer apartado decretaba la estricta prohibición de llevar a cabo serenatas, gallos y cualquier otra demostración de amor dentro del pueblo y hasta 50 kilómetros a la redonda. El segundo decreto instauraba a todos y cada uno de los ciudadanos distintas labores para el pueblo, de modo que la oferta quedara siempre menor a la demanda de cada oficio y servicio. La tercera y última, pensada para los músicos, maestros y alumnos de la Universidad, se dividía en dos fases: la primera oficializaba el cambio de la institución a los límites del condado, de modo que todo aquel que quisiera aún dedicarse a la música podría estudiarlo fuera del condado, con la condición de que jamás regresara al pueblo, a no ser para visitar a sus habitantes. La segunda parte consistía en un acuerdo con el Gobierno de la Nación para exportar a los músicos de Soléfiro, los cuales debido a la proliferación de años anteriores habían adquirido la reputación de excelentes músicos.
Así fue como el otrora sonoro y mágico pueblo de Soléfiro recuperó, después de cien años, la serenidad, silencio en las calles y la prosperidad económica, aunque aun costo alto ya que, a partir de ese momento, los hijos de aquellas tierras que siguieran el llamado de las ninfas de la música -otrora profesión de orgullo y júbilo-, partirían a rumbos inhóspitos, condenados a jamás ver su amor correspondido siempre que se entregaran a la profesión que a partir de esos días se convirtió en una sinfónica maldición.
martes, octubre 30, 2012
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